En Tabasco, el saqueo tras un accidente vial no es una excepción; es una práctica arraigada que revela una crisis mucho más profunda: la fractura del tejido social. Una conducta que, más allá del juicio moral, exige una mirada crítica hacia sus causas estructurales y sus consecuencias humanas. No se trata de anécdotas aisladas, sino de episodios recurrentes que se han cobrado vidas, han normalizado el vandalismo y exhiben el deterioro del sentido de comunidad. Para muestra, un botón…
El 26 de marzo de 2015, el poblado Palo Mulato vivió una tragedia anunciada. Una pipa cargada de gasolina volcó y, como ocurre con preocupante frecuencia, decenas de personas se abalanzaron sobre el vehículo con bidones en mano, movidos por la necesidad o la avaricia. La explosión no tardó. El saldo: más de diez muertos, entre ellos niños, y al menos 24 heridos graves. ¿Cuántas veces más necesitamos ver esta escena para entender que lo que está en juego no solo es la integridad física, sino la dignidad misma de nuestra sociedad?
Dos años después, el 5 de junio de 2017, la escena cambió de forma, pero no de fondo. Un tráiler cargado con cerca de 90 reses volcó en la carretera Villahermosa–Frontera. En menos de dos horas, el ganado fue destazado por habitantes de la ranchería Medellín y Pigua. La eficiencia del saqueo fue escalofriante. No hubo reflexión, no hubo respeto por la ley ni por la vida animal. Solo prisa, machetes y bolsas. Como si el delito se hubiese institucionalizado.
El 20 de junio de ese mismo año, una camioneta cargada con pescados volcó en la carretera Villahermosa–Cárdenas. El conductor murió en el acto, pero su cuerpo fue ignorado por quienes, sin pudor, se dedicaron a recoger y llevarse la carga entre risas y empujones. No hubo luto, ni siquiera curiosidad por el estado del chofer. Lo importante era el botín.
Y si pensábamos que ya lo habíamos visto todo, el 1 de mayo de 2025, en plena carretera Cárdenas–Villahermosa, ocurrió lo impensable: un tráiler cayó al río Samaria y la rapiña se ejecutó… ¡buceando! Mientras los servicios de emergencia intentaban rescatar el cuerpo del conductor, decenas de personas, usando lanchas, sogas y hasta técnicas de inmersión, comenzaron a sacar del agua cajas de salsa cátsup. El cinismo fue grabado y difundido en redes como si fuera una hazaña digna de aplausos. Un acto que raya en la caricatura, pero que en realidad es el retrato de una sociedad profundamente descompuesta.
Estos actos, que muchos ven como “costumbre” o “respuestas al hambre”, deben ser comprendidos como síntomas de un problema sistémico. Sí, hay pobreza. Sí, hay abandono institucional. Pero también hay una pérdida alarmante de valores cívicos, de respeto por la vida y por lo ajeno. La rapiña no es resistencia; es desesperación degenerada en barbarie.
Hoy, en tiempos donde el discurso de transformación pretende cambiar conciencias, es urgente mirar con honestidad este espejo incómodo. Porque no hay Cuarta Transformación posible si en los márgenes de la carretera se siguen reproduciendo estas postales de miseria moral. El Estado no puede seguir actuando solo como espectador. Se necesitan campañas de conciencia, reforzamiento del tejido comunitario, y sobre todo, políticas públicas que atiendan las verdaderas causas: el desempleo, la desigualdad, la exclusión educativa.
Tabasco no puede ser tierra de saqueadores. Debe aspirar a ser un estado de ciudadanos. Pero ese cambio solo será posible si se reconoce el problema, se combate el abandono y se vuelve a educar en el valor del respeto. Porque cuando un pueblo deja de conmoverse por la tragedia ajena y corre primero por el botín, el problema ya no es la falta de recursos, es la pérdida del alma.
En Tabasco, la rapiña dejó de ser un acto desesperado para convertirse en deporte colectivo. Ya no es solo pobreza: es cultura del abuso, es ausencia de ley, es falta de educación cívica. Y lo más alarmante: cada nuevo caso supera al anterior en descaro y violencia.
La solución no será inmediata ni sencilla. Pero el primer paso es dejar de normalizarlo. Mientras la rapiña siga siendo vista como una oportunidad y no como un delito, estaremos condenados a repetir, una y otra vez, esta misma historia de vergüenza y tragedia.